viernes, 26 de febrero de 2010

AVATAR (QUE ESTA PALABRA VENDE MUCHO)


Lo mejor de la libertad es disfrutarla, como el que repite platos sin césar y se pasea triunfante entre las mesas de un buffet libre. Podemos coger el mando de la televisión y ver un circo esperpéntico que te promete frivolidad sin ambages, un reportaje sobre los misterios del Serengueti, el truco de un mago o las medias de seda de Marlene Dietrich. Podemos ver y crear hasta empacharnos, bucear en cualquier sitio y tener el sumo cuidado de no detenernos demasiado tiempo ante nada, porque entonces es la obsesión lo que realmente crea la dictadura.

Cuando algo se vuelve masivo, ofuscador y global, es entonces el momento de poner la lupa. Cómo no hacerlo, por lo tanto, en la película que se ha convertido en la más taquillera de la historia en un momento en el que las salas de cine se van poniendo lentamente crespones negros de defunción. “Avatar” ha resucitado las salas. Un pasito más, llamar de nuevo a la gente a las butacas, el 3D como reclamo para que las películas dejen de verse en casa. Hasta ahí perfecto; el cine ha tenido que escoger entre renovarse o morir, y ha elegido lo primero. El problema empieza con la película en sí.

Esta obra “faraónica” de James Cameron es infantil, maniquea, mal narrada, americanoide hasta el extremo (aunque nos vendan precisamente a los estadounidenses como los malos, pero ésa es sólo una de sus trampas), mediocremente efectista, repleta de todos los clichés posibles y mística hasta la náusea. Pero esto son única y exclusivamente criterios cinematográficos. Lo verdaderamente preocupante es el supuesto “hermoso mensaje” que pretende transmitirle al mundo, y al que millones de personas se han rendido pensando que es la panacea, el maná o el Santo Grial. Muchos han visto en “Avatar” una película pacifista, ecologista y antimilitarista. Pero lo cierto es que se premia la violencia, hace al espectador brincar en la butaca con las escenas bélicas, se justifica el ataque cruel y devastador, y la palabra clave es precisamente ésa: justificación. ¿Cómo puede ser pacificadora una película en la que, con una felicidad casi pueril, se vuelan aviones, se mutila, se convierte al enemigo en hormigas o fichas de ajedrez cuyo sacrificio es necesario e inocuo?

Intenta Cameron que empaticemos con un pueblo del que apenas sabemos nada (porque el grueso de la cultura de los Na’vi es casi un fenómeno exclusivo de los internautas), no hay un desarrollo real de sus costumbres, te meten de lleno en un maremagno de colores en el que te obligan a pensar que estos seres azules son maravillosos, buenos cazadores y conectados a la tierra. Ecologista y anti-invasora, sí, o sí a medias. Se transmite esta filosofía de una forma tan absolutamente infantil y simplista, que parece que están escribiendo una idología para niños. Por supuesto, los invadidos son buenos buenísimos, y los invasores malos malísimos. No hay ni una sombra de duda a este respecto. A los americanos sólo les falta encenderse un puro con un billete de un dólar para que veamos cómo los domina y ciega el vil capital. Por no hablar de ese absurdo y esperpéntico sosia de Robert Duvall en “Apocalypse Now” (por cierto, ésa sí que era una inmensa película sobre el horror de la guerra), hipermusculado y botarate, perverso de nacimiento, sediento de sangre, que se toma una taza de café mientras ve cómo arrasan el pueblo y dice por esa boca todos los clichés habidos y por haber del más burdo cine de acción. Por no hablar del héroe, el superhéroe americano que no es otro que un marine-guerrero que logra hacerse con el respeto de los Na’vi (tan inteligentes ellos, tan sumisos y místicos que necesitan un mesías que venga a guiarlos) domando un beligerante animal volador; a partir de esta grandilocuente hazaña caen de rodillas ante él como si fuera un tótem.

En fin, Cameron nos regala un absurdo y peligroso mundo maniqueo dividido en blanco y en negro sin sitio alguno para los grises, y nos viene a decir que únicamente hay buenos y malos; que no importa lo que hagas, siempre que sepas posicionarte en el bando adecuado.

miércoles, 24 de febrero de 2010

LOS MISERABLES

Susan Boyle es bajita, rechoncha, de aspecto descuidado, tiene cara de patata, papada de obispo, las cejas muy pobladas, el pelo de fregona, juanetes en los pies y coloretes en las mejillas. Con 47 años, casi aparenta 60, pero hay en ella un aire inocente, humilde, que no se sabe muy bien si la hace parecer loca o tierna. Tiene sonrisa de niña y cara de vieja. Susan Boyle vive sola con su gato en un pueblo de Escocia, no ha tenido suerte con los hombres ni con nada, nunca le han dado un beso, jamás ha tenido una cita y no se queja demasiado. Ha perdido su trabajo, dedica su tiempo a ayudar en la parroquia de su barrio, celebra los sábados en una cervecería con karaoke y por las noches regresa siempre con arena limpia para su gato.

Susan Boyle un día se compra un vestido y decide ir a la televisión. Se presenta a uno de esos concursos británicos en los que buscan talentos. Sale al escenario sobre sus pequeños tacones torcidos. Tartamudea cuando le preguntan cómo es su pueblo y aguanta las risas del público al decir su edad. Y sin embargo eso no es lo que más les divierte. Se tronchan de risa cuando Boyle confiesa que lo que ella quiere ser es una cantante profesional. Pobre gusano enamorado de una estrella.

Pero cuando Susan empieza a cantar, todo cambia. Allí de pie, ante ellos, aquella mujer de mejillas coloradas y rudos modales despliega una voz hermosa, tan hermosa que nadie entiende. Una voz que no hace enmudecer al público: le hace gritar. Así es de impactante. Boyle está cantando una canción del musical “Los miserables”, basado en el libro que Víctor Hugo dedicó a todos los oprimidos del mundo en cualquier lugar, en cualquier época, por cualquier causa. Susan, sonriendo, alzando sus brazos rechonchos, entona este himno de los desarraigados, de los que esperan que les llueve la suerte como esperan las pulgas conseguir un perro, de los que nacieron sin nada, de los horrorosos, los repudiados, los pobres, los miserables. Canta Susan (voz increíble, aspecto horroroso) sobre ella misma y deja atónito al mundo. Canta Susan Boyle sobre esos gusanos que se arrastran hasta los charcos porque allí, en el agua, por la noche se refleja la estrella que aman.

Josu Monterroso

DOMINGO 18 DE OCTUBRE DE 2009


Leticia no ha creado una novela de más de 400 páginas con historias fascinantes, no ha creado diminutos mundos que se expanden, a medida que avanzas en su lectura, convirtiéndote en un habitante más, en cómplice de sus secretos más íntimos. El reto de esta escritora no es su portentoso talento para describrir el alma de las cosas o las personas, ni lograr ambientarnos en una situación con tan solo una única frase. Y mucho menos el reto ha sido que se le otorgara el premio que da alas a la promoción de dicha novela y a ella misma (mientras aquellos sin camino, por falta de imaginación, lloran) El verdadero reto de Leticia Sánchez ha sido convertir su manuscrito (que como ella misma dice, a veces deseaba arrojar por la ventana jajaja) en uno de esos libros denominados... Libros luciérnaga que alumbrarán
los caminos a recorrer de las nuevas y futuras generaciones de escritores.

Josu Monterroso.
://josumonterroso.blogspot.com/2009/10/leticia-no-ha-creado-una-novela-de-mas.html?zx=ee03abaa592f6bf9

Agitadoras

http://www.agitadoras.com/Diciembre%2009/matute.html

Los Libros Luciérnaga

Inés Matute

Autora: Leticia Sánchez Ruíz. Ed. Algaida. 2009. 487 páginas. 20€.

“Una biblioteca arde en mitad de la noche. Cincuenta años más tarde el genial Ulises Font comienza una inusual búsqueda. Felipe, que se ha pasado la vida esperando que le sucedieran cosas que nunca le ocurren, regresa a su pueblo para el esperpéntico entierro de su abuela. Lucía, una escritora que no publica, vive encerrada en una casa de ladrillos rojos y escribe cuentos para Pian, que es su mundo y su maestro. Estas historias se van entrelazando en Los libros luciérnaga, a través de una misteriosa trama que en cada capítulo formula nuevas preguntas y extraños juegos. Los libros luciérnaga es una novela ambiciosa y enigmática, en la que los personajes descubren poco a poco que los libros son como las personas: también se les quiere por sus rarezas.”

Si buscarnos en Internet, este es el resumen que encontraremos de esta estupenda opera prima de Leticia Sánchez Ruiz, IX Premio Internacional de novela Emilio A. Larcos Llorch. Lo que no se dice en los foros especializados es que se trata de una novela de las de antes, de las de siempre, de las de casi nunca, dada la catatonia literaria de los últimos tiempos, donde lo que no es un sucedáneo de Nutella- La “Nocilla” original es buena a rabiar- , es Filadelfia light. Lo que nunca “es”, es el bendito pan.

Leticia construye su novela poniendo un ladrillo encima de otro, cimentando bien, documentándose, arrollando y cuidando todo aquello que un escritor debería dominar: la gramática, la composición, la variedad, el interés de lo narrado y el buen gusto. Estamos pues ante una novela extensa que se nos hace muy corta y que no pesa, atrapándonos desde la primera página y conduciéndonos hasta la última sin esfuerzo de lectura aparente.

No me mueve la amistad y no conozco de nada a esta joven promesa; hablar de alta literatura en este caso no es un favor debido ni será pagado. Por ello afirmo sin pudor que me parece fabulosa la recreación del mundo rural asturiano, el modo casi mágico en que las historias se van entrelazando, la pasión secreta de una escritora que apenas intuye que lo es, el mundo de las bibliotecas y las librerías, remotamente emparentadas, en lo enigmático y oscuro, en los misterios paraliterarios y en la fuerza narrativa, con “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón. ¡¡Ah, las bibliotecas como trasuntos del propio universo!!...

Os recomiendo este libro, esta sorprendente máquina de machihembrar historias, como lectura casi obligada en las largas tardes de invierno que se nos avecinan.

Leticia Sánchez

Imagen: Leticia Sánchez

Tres por uno en Los libros luciérnaga (Análisis digital).

Literatura
Tres por uno en Los libros luciérnaga, de Leticia Sánchez Ruiz

Adolfo Caparrós Gómez de Mercado
Doctor y profesor Literatura

Encontrar un libro que mencione otros libros es bastante frecuente, pero desde La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, no había leído una novela en la que bibliotecas, librerías y lecturas tuvieran un protagonismo tan relevante, y se agradece.

Los libros luciérnaga, de Leticia Sánchez Ruiz, no ha tenido la repercusión mediática de la obra mencionada, pero por lo pronto, ha sido galardonada con el IX Premio Internacional de Novela “Emilio Alarcos Llorach”, y desde luego, tiene muchos méritos para ello.

Julio Cortázar opinaba que hay una literatura masculina y otra femenina, pero Leticia Sánchez Ruiz escribe una novela que, posiblemente, apasione tanto a varones como a féminas, al igual que ocurrió con La sombra del viento, que ha sido leída por ambos.

Una peculiaridad, no tan novedosa a estas alturas, de la obra que nos ocupa, es que nos va relatando tres historias independientes que se funden, esta vez me parece que con maestría, y no a martillazos, al final de la misma.

Por un lado, nos relata la historia de dos hermanos que son herederos de un librero de viejo, y que supone el núcleo de la novela. Un hermano ha dejado al otro, no sabemos al principio por qué, pero si seguimos leyendo, nos enteraremos. El caso es que Melquíades, el hermano abandonado, que regenta la librería, acude a por Ulises para que vuelva a su ciudad natal en un paralelismo con Homero, que tiene su gracia.

Por otro, la inevitable historia de amor que pone la sal y la pimienta a la obra. Una chica conoce a una señora fascinante que comparte mesa y mantel con la flor y nata de la cultura española. Pian, su novio, se convierte en una obsesión, hasta el punto de perseguirle por “La Vieja Ciudad” -otra referencia evidente- para que pase, o no pase, lo que tenga que pasar. Ya el resto tendrá que desvelarse de la lectura. Es una novela que va despejando incógnitas poco a poco, y no tendría gracia que yo las anticipase.

Por último, la vida de un adolescente que es a la vez la historia de su abuela. Un chico, que está tan marcado por ese personaje, que no puede separar su vida de Antía, la abuela que se convierte en madre, padre, y abuelo, además de su estatus de abuela. Pero que por otro lado, tiene una vida propia, que relata otra historia de amor, más corta, pero más bella quizá que la de Julia y Pian.

Hay dos aspectos a destacar en la creación de Leticia Sánchez Ruiz. La arquitectura magistral para unir las tres historias, sin que podamos imaginarnos cómo, hasta el último capítulo, y la magnífica creación tanto física, como psicológica de personajes que no se nos olvidarán en mucho tiempo.

http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=43724&idNodo=-5

http://www.eldiariomontanes.es/20091020/cultura/literatura/mayor-inspiracion-obsesion-20091020.html

«No hay mayor inspiración que la obsesión»

La narradora y periodista asturiana, Premio Internacional Emilio Alarcos por su novela 'Los libros luciérnaga', presenta su obra en la librería santanderina Gil

20.10.09 -
La narradora y periodista asturiana Leticia Sánchez Ruiz obtuvo el IX Premio Internacional de Novela 'Emilio Alarcos Llorach'. Su obra, 'Los libros luciérnaga' (Algaida), se ha destacado como «brillante, ambiciosa y original». La librería santanderina Gil, en la Plaza Pombo, acoge hoy la presentación de su novela a cargo de Daniel Díaz, en una velada, a las ocho de la tarde, que contará con el testimonio de la propia narradora. Su obra es una miscelánea de fuego y palabras donde confluyen una serie de personajes y sus respectivas historias y vidas cruzadas. 'Los libros luciérnaga' conjuga «una historia de amor, otra de búsqueda y otra de uno de esos hombres tristes que quieren hacer la revolución y acaban poniendo un bar».
-¿Cuales son las señas de identidad de 'Los libros luciérnaga'?
-Empieza con una biblioteca ardiendo en medio de la noche. Cincuenta años después comienzan tres historias distintas.En cada capítulo se descubre un misterio y se plantea otro. Es como una gran caja repleta de pequeñas cajitas que contienen secretos.
-¿Cabe hablar de metaliteratura a la hora de referirse a su novela?
-Sí, los libros juegan un papel muy importante en todo la historia: nos encontramos con bibliotecarios, libreros, escritores, lectores, coleccionistas de libros. De una forma, a veces evidente y otras solapada, los libros van a tener muchas de las claves de esta historia. Y, por supuesto, las referencias a autores o a determinadas novelas son casi obligadas. La verdad es que no hay mayor inspiración que la obsesión, y yo he vivido siempre con los libros encima, así que por eso están tan presentes en lo que escribo. Es como el que vive en África y escribe sobre las cebras.
-¿La necesidad de contar y de que nos cuenten historias subyace como reivindicación primordial en su libro?
-No sé si como primordial, pero desde luego es una de las grandes reivindicaciones. Casi todos los personajes ocultan secretos y descubren que otros se los ocultan a ellos. Si nos paramos un momento a pensar, descubriremos que hay infinidad de cosas que desconocemos de las personas que nos rodean, incluso de nuestra familia. Historias que creo que son necesarias porque cada persona no es más que un cúmulo de todas ellas. De alguna forma mi libro es un mosaico de pequeñas historias y, cuando se acaba, uno se da cuenta de que todas esas piedrecitas forman en realidad un dibujo.
-¿Dónde se sitúa el origen de 'Los libros luciérnaga'?
-Pues en 'la semana mágica'. Yo la llamo así, porque fueron una serie de coincidencias que transcurrieron en muy pocos días. Tuve que hacer una reportaje sobre el incendio de la biblioteca de la Universidad de Oviedo (que, aunque también ardiera como la del libro, no tiene nada que ver), al día siguiente me mandaron hacer otro reportaje sobre una librería de anticuario, después un amigo mío me contó una historia alucinante sobre su familia, y así otros cuantos sucesos más. Hay veces que parece que todo lo que ocurre apunta a una misma dirección. A mí me ocurrió eso: encontré una especie de nexo de unión entre todas aquellas cosas que me sucedieron en esa semana. Así nació, y comenzó la hipnosis.
-¿El premio ha cambiado su concepto de la literatura y el lugar que debe ocupar en su vida?
-Pues, por muy raro que parezca, lo cierto es que no. Desde niña esperaba este momento, el de publicar mi primera novela, como quien espera un tren que sabe que tarde o temprano tiene que pasar. Siempre me he visto como escritora. Y sin embargo, ahora me parece que le está pasando a otro. Cuando se cumplen los sueños siempre tienen algo de irreal. Aunque la verdad es que sigo como antes.Ahora al menos sé que a alguien sí le importan mis historias.
-¿El ejercicio del periodismo la condujo a narrar, o considera que ambos participan de idéntica necesidad?
-Lo cierto es que fue la necesidad de narrar lo que me condujo a ser periodista. Estudié Periodismo porque me iban a pagar por escribir todos los días. Lo único que pretendía con esta carrera era ganarme los cuartos hasta que consiguiera llevar los garbanzos a casa con mis libros. Pero he de confesar que, aunque vivir únicamente de la literatura es algo que me queda muy lejano, no creo que renuncie nunca al periodismo, al menos de forma total. No sólo responde a una determinada forma de narrar, sino que esta profesión (que tiene muchas desventajas) tiene como ventaja que puedes conocer cosas, personas y lugares que de otra forma no podrías descubrir.
-¿No cree que se abusa de la etiqueta 'joven' para ocultar muchas carencias y vender humo?
-La palabra joven se utiliza para decir: 'mira todo lo que le queda por delante', 'no seamos muy duros con él/ella, hay que tener en cuenta su edad', o 'pues está bastante bien lo que escribe para tener tan pocos años'. Es decir, suele usarse como promesa o como excusa. A mí me ha sorprendido mucho que teniendo 29 años todo el mundo insista en mi juventud. Pero, francamente, cuando te estás acercando tan peligrosamente y sin freno a los 30, que ves que se te escapa la juventud por culpa del calendario, que las noches son más cortas, que tus amigos se casan y tiene hijos, y que casi todo el mundo que saca discos tiene menos años que tú, pues oye, que te digan que eres tan joven la verdad es que anima.
-¿A qué teme más, a las dimensiones y exigencias del mercado, o a los calificativos que han despertado su libro?
-Sinceramente: a todo, para qué negarlo. Siempre pensé que cuando se ponía el punto final a un libro, ya estaba acabado. Pero sólo una etapa. Luego empiezan muchísimas más cosas, más luchas. Son muchas pruebas de fuego que hay que ir pasando. Por un lado está eso, el mercado, que siempre es impredecible y caprichoso, y por otra parte están los lectores. Lo cierto es que he recibido tan buenas críticas, que siempre temo decepcionar al que lo lea, susurrarle que no haga caso, que no es para tanto, porque tal vez no cumpla sus expectativas si es que las pone muy altas. Y ahora, que estoy escribiendo una nueva novela pienso: «vaya, ha gustado tanto la primera, que esta segunda, que no tiene nada que ver, no le va a gustar a nadie». Escribir es un oficio de chiflados.
-¿Siente alguna identificación generacional con lo que se escribe en estos momentos?
-No creo demasiado en las generaciones literarias, a no ser que haya compartido un suceso traumático, como una guerra, porque ese dolor influye y siempre se lleva. Mi generación es la de los niños de la democracia y cada uno ha optado por cosas muy distintas: por mirar atrás, por contar lo que ahora sucede o por imaginarse lo que podría suceder. Lo único que tenemos en común es la libertad. Y me parece la más hermosa de las identificaciones.

«Los escritores poseemos la virtud casi de “médium” de que en nuestro cerebro se creen mundos que podría existir en cualquier otra parte, pero justo h

Leticia Sánchez Ruiz



Cuando era bien pequeñita mi abuelo me enseñó a leer, para que le liberara de la tortura de tenerme constantemente sobre las rodillas solicitándole que volviera a empezar el libro. Me enseñó cómo desvelar aquellos jeroglíficos que formaban las letras, y para mí fue el mayor de los descubrimientos. Cuando alguna de las palabras se me escapaba, miraba los dibujos y me inventaba la mitad de la historia. Mi abuelo empezó a llevarme todos los días a la biblioteca sabiendo que me dejaba en buena compañía. Fue como empecé a tener cientos de vidas.

Mi abuelo Ramón Ruiz no leía más que los periódicos, y principalmente las esquelas, para que no se le escapara la despedida de ningún amigo. A él lo que le gustaba por encima de todo era contar historias. Narraba las peripecias de su ancha vida, lo que había visto y oído, lo que le habían contado a él. Se pasaba horas relatándonos, pasándonos el testigo de su existencia.

Así fui creciendo, entre mi abuelo lector y mi abuelo narrador, sentada junto a mi padre que no puede pasar una noche sin un libro al lado, inventándome la vida de la gente que pasaba por debajo de mi ventana, intentando descifrar los misterios de todo aquello que desconocía, emborronando con mis historias la parte de atrás de las libretas de Matemáticas cuando me aburría la clase.

De alguna forma nunca he dejado de ser esa niña que se inventaba los libros mirando los dibujos. Nunca he dejado de observar a la gente, convencida como estoy de que cada persona guarda dentro de sí un enjambre de secretos y que dentro de nosotros atesoramos enormes bibliotecas. Voy a la caza de historias, como el que con una red se pasea por el campo atrapando mariposas. Pero no soy tan cruel como para retenerlas en un cuadro pinchando sus alas con una alfiler, sino que las dejo volar. Y en su vuelo me llevan con ellas.

Leticia

* Leticia Sánchez Ruiz, ganadora del Alarcos Llorach de Novela 2009 y toda una desconocida dentro del panorama literario. ¿Cómo se ve ahora que acaba de aparecer su primera novela “Los libros luciérnaga”?

La verdad es que desde niña esperaba este momento, como quien espera un tren que sabe que tarde o temprano tiene que pasar. Siempre me he visto como escritora. Y sin embargo, ahora me parece que le está pasando a otro. Cuando se cumplen los sueños siempre tienen algo de irreal. Aunque la verdad es que sigo como antes: escribiendo en mi cuarto en pijama, fumando, bebiendo agua, reescribiendo una y otra vez y preguntándome si le importarán a alguien los mundos que me invento. Eso sí, bastante más feliz que antes. Ahora al menos sé que a alguien sí le importan.

* Una novela larga, casi 500 paginas, pero estructurada en pequeños capítulos que la hacen mas asequible y, de paso, apuntándose a lo que ya se conoce como "novela fragmentaria". ¿Premeditado?

No, no tiene nada que ver con tendencias literarias. Lo que ocurre es que a mí me encanta leer los libros de capítulos cortos, porque suelo dividir mis lecturas por capítulos, y dejar uno a medias me da mucha rabia, como cuando te despiertan en medio de una siesta. Así me digo: un capítulo más y me echo a dormir, me acabo este capítulo y salgo de casa, cuando termine éste cierro el libro y miro por dónde está pasando el autobús. Y lo que me suele ocurrir es que me duermo a las tantas, llego tarde y me paso de parada. Por eso escribí así la novela: para evitar insomnios, retrasos y despistes.

*¿Tiene pánico escénico ahora que la obra ya esta en la calle? ¿Teme a la crítica usted que fue critica?

Sigo siendo crítica literaria, aunque siempre he hecho mis críticas como las hacen los franceses. Es decir, del libro que no me gusta, no hablo. Mis malas críticas se reducen al silencio. Y sí, claro que tengo pánico escénico. Uno siempre teme que lo que haga no guste a los lectores. Si no gusta, sobre todo me da pena por mis personajes, por no haber contado correctamente su historia. Porque aunque sean inventados, sé que existen en algún lugar. Soy de la opinión de que los escritores poseemos la virtud casi de “médium” de que en nuestro cerebro se creen mundos que podría existir en cualquier otra parte, pero justo han elegido ésa para sobrevivir. Mundos que nos desbordan y por eso los sacamos fuera.

*¿Quien es Leticia Sánchez Ruiz?

Alguien que estudió Periodismo porque le iban a pagar por escribir todos los días. Y en eso sigo, metida en mil fregados, redactando notas de prensa, hablando de libros, escribiendo columnas, entrevistas, reportajes y aprendiendo muchísimo. Porque si una cosa buena tiene la profesión de periodista (que tiene muchas malas), es que puedes conocer cosas, personas y lugares que de otra forma no podrías descubrir.

*¿Y de qué trata su novela “Los libros luciérnaga”?

Empieza con una biblioteca ardiendo en medio de la noche. Cincuenta años después comienzan tres historias distintas: la de Ulises y Melquíades, dos hermanos que llevan décadas sin hablarse y se unen para emprender una inusual búsqueda; la de Lucía y Pian, que es una historia de amor y literatura; y la de Felipe, un muchacho triste que siempre soñó con hacer la revolución y acabó montando un bar. Así, iremos conociendo la librería anticuaria Merlín, el pueblo de Fenexía (donde la noche es una catástrofe) o un diccionario de latín en cuyas solapas hay escrito un plan para hacer la vida maravillosa. En cada capítulo se descubre un misterio y se plantea otro. “Los libros luciérnaga” es como una gran caja repleta de pequeñas cajitas que contienen secretos.

*¿Como se inspira a la hora de escribir?¿Crees en la inspiración o en el trabajo diario?

Decía García Márquez que él bien sabía que un escritor, aunque estuviera al sol tirado en una tumbona boca a abajo, probablemente estaría trabajando como un burro. Los libros se piensan lejos del escritorio, y se escriben principalmente en la cabeza. Se escriben mientras paseas, ves la televisión o charlas con los amigos. Hasta en sueños se escribe. Eso sí, hay que tener valor y paciencia para sentarse durante horas y tratar de ordenar y dar forma a aquello que nos pasa por la mente. La mayoría de las veces, cuando lo ves escrito en el papel, te parece bastante decepcionante y mucho peor que como sonaba en tu cabeza. Y ahí es donde comienza el trabajo duro. Si sólo escribiese cuando estoy inspirada, y teniendo en cuenta lo desorganizada que soy, tengo miedo que no hubiese escrito ni la etiqueta de un champú

*¿Que autores de cabecera son los preferidos los Leticia Sánchez Ruiz?

Puff… muchísimos, y siempre me dejaré a alguno fuera del saco. Pero si tuviera que elegir, me quedaría con los escritores en español a uno lado y otro del océano: Eduardo Galeano, Rosa Montero, Julio Cortázar, Antonio Muñoz Molina, Jorge Luis Borges, Carmen Posadas, García Márquez, Eugenia Rico, Benedetti, Luis García Montero … y un largísimo etcétera

*¿Y que está escribiendo en estos momentos?

Pues mira, acabé de escribir “Los libros luciérnaga” un día 13, y el 15 empezaba otra novela. No lo tenía así planeado, de hecho tenía apuntes tomados para un libro muy distinto. Pero de repente escribí dos frases, y toda la historia se me vino a la cabeza. Locuras que le dan a una. La nueva novela se desarrolla, más o menos, en los años 60, en uno de aquellos bares enormes donde se tomaba café en vaso, se jugaba al dominó, se hacían tertulias después de comer y en cada mesa había un cenicero de Cinzano. La hija pequeña de los dueños de este bar tiene como mejor amigo a Perotti, un parroquiano de cien años bastante peculiar. Cuando Perotti muere deja a la niña una misteriosa herencia: el Gran Juego.

Leticia Sánchez-Ruiz

Jovencísima ovetense, flamante ganadora de la IX edición del Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos con su novel “Los Libros Luciérnaga”, columnista, redactora (no en vano es licenciada en Ciencias de la Comunicación), crítica literaria, lectora y cuentista, lo que no es primerizo son sus premios, puesto en el 2004 se hizo con el Tétrada Literaria de Novela Corta con su “El Precio del Tiempo”. Leticia, embarcada en otra obra, entre presentación y presentación de su éxito, no duda en pararse un rato con nosotros para contestarnos unas preguntas.


Usted escribió (e incluso ganó un premio) una“novela corta antes de “Los Libros Luciérnaga”. ¿Fue algo preparatorio? ¿Considera “necesario” escribir algo más corto antes de embarcarse en una novela, o ambos son géneros independientes con problemas diferentes?

Preparatorio, no. Yo sabía que algún día escribiría una novela, pero nunca consideré como preparación previa todo lo que escribía antes: novelas cortas, poemas, cuentos… Me gustaba escribirlas y me sigo gustando hacerlo. El cuento es un género que me apasiona, y que en Sudamérica es más importante que la novela. Ahora, eso sí, la dureza que tiene ponerse a escribir una novela, las horas y esfuerzos que supone tanto en el escritorio como fuera de él, no creo yo que haya nada que te lo prepare.

Comentaba en una entrevista que es una lectora voraz. ¿Le cuesta no dejarse influir por el estilo del autor que está leyendo en ese momento, y lo traslada sin darse cuenta a su escritura, o por el contrario no le influye en absoluto?

Es algo que no puedes evitar, es como estar tarareando una música que escuchas. A veces noto que meto en lo que escribo, queriendo o sin querer, influencias de lo que en ese momento estoy leyendo (una frase, una puntuación, un tono, una idea… pequeñas cosas). Aunque realmente uno no es del todo consciente. Por ejemplo, varias personas que no conocía me han dicho que leyendo mi libro pensaron que a mí me gustaba Julio Cortázar. Y así es, pero por más que lo miro, no veo nada que se pueda parecer a lo que Cortázar escribía. No sé, debe ser como un perfume.

¿Cómo planeó la novela? Hay 3 historias bien diferenciadas. Seguro que se lo han preguntado alguna vez, pero, ¿escribió cada una, de principio a fin, por un lado, y luego las mezcló? ¿O fue escribiéndolas tal cual las encuentra el lector?

La verdad es que el planteamiento de la novela fue todo un caos, una mezcla de todas las cosas. Pero digamos que, para ordenarlo, para hallar la “entropía”, escribí las historias una a una. Aunque mi visión de la novela fue global; una historia siempre contenía las otras dos.

A pesar de su juventud, los protagonistas de la línea argumental más trabajada y compleja son francamente mayores. ¿Le costó especialmente? ¿O, por cercanía, le resultó más difícil redactar la historia de Lucía?

Cada uno me costó de forma distinta. Por ejemplo, cuando escribía sobre Ulises y Melquíades, me preguntaba si la gente de 65 años hablaría de esa forma o se plantearía esas cosas. Pero cuando escribía sobre Felipe o Lucía, me preguntaba: ¿realmente la gente de esta edad es así, o es que estoy demasiado viciada por mí misma? Y, si te digo la verdad, casi fue más difícil hablar de mi generación. A los demás los miraba con otra perspectiva.

Es increíble la madurez que consigue, y el gran realismo psicológico que desprenden los personajes (y digo increíble por la edad de la escritora). ¿Estaremos ante la versión española de Zadie Smith?

¡Muchísimas gracias! Una de las obsesiones que tenía en esta novela, casi más que la de contar la historia, era la de hablar de los protagonistas. Que el lector los conociera, los amara, los odiara, los viera, los entendiera… que, en definitiva, los acompañara en esta aventura. “Los libros luciérnaga” es fundamentalmente un libro de personajes. Ya he dicho más de una vez que en muchas ocasiones quise tirar la novela por la ventana mientras la escribía, y que un motivo poderoso que me hizo no arrojarla por el patio de luces fue el pensar que dejaba huérfanos a mis personajes. ¿Qué sería de ellos sin mí? Dejarían de existir. Les he cogido tanto cariño, y los veo tan claramente, que un día pienso que me los voy a encontrar por la calle y vamos a saludarnos.

¿Zadie Smith? Qué más quisiera yo. Esa mujer con 22 años ya estaba en la lista de los best-sellers…

Una pregunta indiscreta: ¿hay mucho de usted en Lucía?

Jajajaja. Cada vez que yo le preguntaba a un escritor que con cuál de su personajes se identificaba más y me respondía que había un poco de él en todos, siempre me quedaba bastante chafada pensando: “Qué poco interesante, qué manida la respuesta”. Y ahora, heme aquí, obligada a decir lo mismo, porque es la verdad. Hay mucho de mí en Ulises, el progre del 68, y en Felipe, el dueño del bar con una revolución pendiente. Y sí, claro que hay mucho de mí en Lucía, la chica que sueña con ser escritora, o que ya lo es sin darse cuenta. Lo que pasa es que a Lucía, más que identificarme con ella, la veo como una hermanita pequeña.

Usted también es crítica literaria. ¿Ayuda eso a la hora de escribir la novela, o por el contrario, asusta, puesto que el espíritu crítico no hace más que incordiar?

Ni ayuda ni estorba. Yo soy una crítica que lee no con ojos de crítica, sino con ojos de lectora. Pero claro que me asustaban las críticas, y que no gustara a los lectores, y que no le gustara a la gente que quiero, y que no se vendiera… es todo un cúmulo de miedos. Y me siguen asustando, y algo me dice que no me van a dejar de asustar nunca. Sólo hay un momento en el que nada de eso me importa: mientras escribo. Pero cuando salgo de ahí, me tiemblan las piernas por casi todo.

Los finales de las novelas es algo que me obsesiona. ¿Acabó usted la novela, o fue ella la que finalizó sola?

A mí también me obsesionan los finales de las novelas. No me gustan los finales abiertos, las cuentas pendientes que nunca se saldan. “Los libros luciérnaga” es como un mosaico hecho con pequeñas teselas, pero al final, cuando ya está acabado, te das cuenta que entre todas forman un único dibujo. En parte la acabé yo, y en parte se acabó ella. Sin darme casi cuenta, como por arte de una magia extraña, muchas de las teselas se fueron colocando solas. A veces, mientras escribía, me ponía la mano en la boca, y decía para mí: “anda, así que esto era por esto otro. Mira tú…”. En muchas ocasiones la novela me sorprendió. Espero que también le ocurra a los lectores.

¿Alguna vez pensó en hacer una revolución?

¿Alguna? ¡Cientos! Yo, como Felipe, mi personaje, también tengo la absurda y triste certeza de que algún día la haré. Quién sabe si la estoy haciendo ahora. De lo que tengo miedo es de dejar algún día de soñar con revoluciones.

Mójese: ¿qué autores actuales no le gustan nada? Y para que no nos quede criticón, díganos cuáles le gustan mucho.

No me gustan nada los escritores-mandarines que tienen secuestrada la cultura, que nos hacen creer que la literatura es algo muy serio, un privilegio para unos pocos, y que apartan a la gente de los libros, como si estos estuvieran reservados únicamente a los “exquisitos”. Adoro los escritores que escriben con los brazos abiertos.

¿Qué opina de la literatura en asturiano?

Admiro a quien tiene el coraje y el amor de escribir en una lengua que hablan muy pocos, en una lengua que aprendimos y aprendemos en nuestras casas, que forma tanta parte de nuestra cultura como nuestra familia o nuestra ciudad. Pero es una cuestión de piel. A mí escribir en asturiano no me sale. Eso no implica que la literatura en asturiano no la considere necesaria.

¿Le gustaría pertenecer a una generación de escritores?

La verdad es que considero que todos los escritores de mi generación (es decir, los que nacimos a finales de los 70, principios de los 80) somos muy diferentes entre nosotros: tratamos temas distintos, estilos dispares… Pero sí que hay algo que nos iguala: todos crecimos en libertad. Y eso es algo que se nota. Por ejemplo, en la nostalgia con la que hablamos de la vida de nuestros abuelos, de aquella generación amordazada de la que ahora nosotros, de alguna manera, somos sus portavoces.

Su novela, exceptuando las alusiones a Barcelona, Cardiff y Santander, no incide demasiado en los lugares, ni los describe de un modo exhaustivo, dejando a los personajes suspendidos en cualquier ciudad, o cualquier pueblo. ¿Fue intencionado? ¿Quería, así, universalizar la novela, y por tanto, los sentimientos?

Los sitios donde más se desarrolla la novela son la Vieja Ciudad y el pueblo de Fenexía que, aunque sean trasunto de otros lugares, el lector no los puede identificar en el mapa. Lo hice así por tres razones. La primera es que no me gusta escribir sobre lugares cercanos. No sólo no me gusta: es que no puedo, no puedo nombrarlos. La segunda es que así estos lugares pueden ser cualquier ciudad pequeña, cualquier pueblo, el de cada uno. La tercera es que yo necesitaba unos sitios que pudiera deformar alegremente, poner calles, quitar edificios, inventarme cosas. Claro, si es un lugar concreto no puedo hacerlo. Inventé para poder ser libre.

¿Lleva más pensar una novela, o redactarla?

Sin duda, pensarla. Pensarla te lleva años, noches, paseos, cafés, rutinas, vacaciones… a veces una vida entera. Las mejores ideas no surgen en el escritorio, sino bastante lejos de él. Piensas la novela viendo la tele, charlando con los amigos, dando vueltas en la cama… es algo que te acompaña y nunca te suelta. Por eso los escritores tenemos fama de despistados: casi siempre estamos pensando en otra cosa.

¿Qué novela le hubiera gustado a usted escribir?

“Cien años de soledad”, “La conjura de los necios”, “Rayuela”, “El dios de las pequeñas cosas”, “Seda”, “La historia interminable”, “1984”, “Manuel de literatura para caníbales, “El Principito”… y un largo etcétera. (¿O sólo había que decir una?)

Por ser nuestra revista una “filial” de un taller de escritura, ¿qué opina de los talleres literarios?

He ido a muchos, me he divertido de lo lindo y pienso que son fantásticos. Por un lado, aprendes. Por otro, te rodeas de gente que lee y que escribe, y siempre es una suerte tener alguien con quién hablar de las cosas que a uno le apasionan. Y, además, te obligan a escribir, a sentarte frente al escritorio, que en el fondo es el paso más duro. Aunque, si alguien piensa en ir a un taller con el convencimiento de que no va aprender nada porque ya lo sabe todo, y únicamente quiere que se alaben sus textos, para eso mejor que se quede en casa haciendo crucigramas o calceta.

¿Cree que la aparición del e-book ayudará a los escritores noveles? Y, siguiendo con esta línea, ¿son las nuevas redes de información útiles para que un escritor propague su escritura?

Sinceramente, no tengo ni idea de lo que pasará con el e-book, si ayudará a los escritores, si hará más fácil y accesible la lectura, si llegará donde el papel no llega. Lo que tengo claro es que el papel no desaparecerá, como no desaparecieron ni el vinilo, ni el teatro, ni la radio. Ni hay por qué sustituir, sino convivir. Y las redes de información actual son sumamente útiles para hacerse conocer. Además facilitan una comunicación directa entre el escritor y el lector. La primera vez que un lector me escribió en facebook para decirme que le había gustado mi libro y quería hacerme preguntas, casi me caigo de la silla. Continúo teniendo esa alegría cada vez que me escribe uno.

El Taller de las Palabras

http://www.eltallerdelaspalabras.net/2010/01/15/los-libros-luciernaga/

Los libros luciérnaga

Los Libros Luciérnaga: Leticia Sánchez Ruiz, 2009. Algaida Ediciones, 487 páginas, 19€.

Defiende Leticia Sánchez Ruiz, con esta novela, que en todos nosotros (literatos o no) habita un libro luciérnaga, una historia, un cuento con su luz propia, que nos ilumina y alumbra, que nos guía o nos marca, que nos detalla y nos define, que nos busca y encuentra, que interrumpe su acción al final o quizás en los capítulos del medio, pero que existe, que es, que es algo común a todos los humanos, y que sólo nos diferencia que unos llegan a escribirlo en un papel, y otros no.

En esta novela nos encontramos con 3 historias “luciérnaga”, tejidas con una separación cariñosa y lo suficientemente adecuada para que tomemos aire antes de saltar de una a otra, imbuyéndonos en la vida de sus protagonistas pero poco a poco, con el suficiente ajuste para que las emociones no nos desborden.

La escritora, manejando a la perfección la dosis en cada capítulo, dosificando las motivaciones de los personajes (la búsqueda de los hermanos, quizás la más compleja, es la que se lleva el mayor número de páginas además de la emoción y el suspense), convierte cada capítulo, sobre todo los dedicados a Lucía, que viene a ser la historia de amor, en un ensamble perfecto, casi en pequeños cuentos con sus finales impecables, poéticos, y un punto lo suficientemente misterioso y sombrío para que, aparte de la motivación de la amena lectura, te apetezca seguir leyendo.

Sorprende la juventud de su autora, no porque no existan escritores de tal edad, sino porque no existen novelas así escritas por gente tan joven, y si me apuran, casi diría que no existen novelas de este modo en la actualidad. Recordándonos a Zadie Smith por ser capaz de salir de un mundo conocido y adentrarse en otro donde los protagonistas tienen una edad elevada, una trayectoria distante, unas motivaciones alejadas, y aún así hacerlo creíble, es Leticia capaz no sólo de urdir una historia difícil, adulta, sino de escribir con un estilo tan poético, libre e idílico que el lector será capaz de alumbrar su propia sábana para poder leer hasta altas horas de la madrugada, incapaz de cerrar sus páginas, no queriendo dejar huérfanos a sus protagonistas.