jueves, 5 de marzo de 2009

AUNQUE NO LO SEPAS, AQUÍ DENTRO PASAMOS JUNTOS MUCHAS TARDES

A veces, cuando hacemos un viaje, en el mismo trayecto nos vamos imaginando todo lo que vamos a ver. Nos vemos a nosotros mismos sobre la torre Eiffel, y casi ya sabemos cómo es París desde el cielo, cuánto vértigo nos da, cómo se nos agita el corazón. Ya conocemos las conversaciones que tendremos con las personas que vamos a conocer, ya conocemos a esas personas, ya les hemos cogido cariño y ellas a nosotros. Tenemos en la boca el sabor de las lasañas romanas y del curri de Nueva Delhi; conocemos la tristeza de las calles de Lisboa, la humedad de Amsterdam, el bullicio de Nueva York. Y todo eso sin salir aún del tren. Solemos llegar a los sitios con más fotografías en nuestra mente de las que nos llevamos en nuestros carretes de regreso a casa cuando el viaje ya ha acabado. De alguna forma, para siempre en nuestra memoria, conviven en nosotros estos dos viajes: el que hicimos y el que soñábamos con hacer.
Algo parecido nos ocurre con el amor. Cuántas veces les cogimos de la mano y paseamos por los parques, y dormimos en habitaciones sin ventanas, y fumamos cigarrillos en la madrugada, y bailamos en las calles. Cuántas veces nos imaginábamos haciendo todas estas cosas con ellos cuando todavía no nos querían y se dedicaban a saludarnos distraídamente. Por eso, en algunas ocasiones, al pasar con ellos por delante de un café en el que realmente nunca entramos, señalamos el cartel y decimos: “Aunque no lo sepas, aquí dentro pasamos juntos muchas tardes”. También conviven en nosotros estas dos historias de amor: las que vivimos secretamente a su lado y las verdaderas.
Nadie nos puede quitar la felicidad de haber soñado. Porque, cuando de repente y sin avis, todo eso se cumple, la alegría, la inmensa alegría, siempre es doble.

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