Gilbert Garcin tenía una tienda de lámparas en Marsella. Le enseñaba a sus clientas los colores de las pantallas y cómo se prendía la luz. Después de cuarenta años trabajando, un día monsieur Garcin pensó que ya era suficiente, echó el cierre a su tienda y apagó todas las lámparas. Con sus pasos pequeños y su pelo ya como la nieve, fue hasta su casa, desempolvó la cámar fotográfica que guardaba en la mesita y se transformó en un genio.
Gilbert Garcin se convirtió en un joven artista de 78 años y en el más moderno de Francia. Las galerías y los museos se pelean para que el viejo lamparero cuelgue sus fotografías en sus paredes. Sus fotos parecen pintadas por Magritte o escritas por Paul Eluard. Mitad Chaplin, mitad Jaques Tati, Garcin se pone delante de la cámara, vuelve el mundo en blanco y negro y se fotografía sentado en un sol gigante hecho de hierro, o dentro de un vaso puesto boca abajo, o mirándose en un espejo en el que se ve un laberinto, o subido a una escalera pintando las rocas, o arrodillado intentando enderezar las líenas de un pentagrama. Y en todas ellas, invariablemente, sale vestido con el viejo gabán de su abuelo.
Gilbert Garcin decidió fotografiarse siempre a él mismo, ya que no conocía a otro modelo que estuviera disponible las 24 horas del día. Porque las ideas le despiertan en medio de la noche, le pinchan en la almohada y hacen que se levante en pijama a crear, sin tener ninguna compasión por el anciano. Su mujer se da la vuelta en la cama y maldice a las musas que encontraron a su marido en la vejez y que a ella no al dejan dormir. A modo de recompensa, Garcin también saca a su esposa en las fotografías. Como en esa en la que los dos vuelan por encima de la playa atados con hilos como si fueran una cometa.
Este peculiar fotógrafo no entiende de tecnologías y se sienta en su escritorio a crear mundos con pegamento y tijeras. Ha tenido que venir un octogenario a enseñarles a los jóvenes artistas qué es ser realmente moderno. Precisamente un hombre que, antes de jubilarse, no había hecho más fotografías que las de sus vacaciones y las de las comuniones de sus nietos. Monsieur Garcin, aquel gris comerciante, un día apagó la luz de su negocio y echó a volar.
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Leticia, me ha gustado muchísimo este artículo,
ResponderEliminarcuentas la historia de Gilbert Garcin y su mujer con una ternura infinita, logras hacernos ver que aunque uno se vaya haciendo mayor se puede seguir manteniendo la misma ilusión que cuando uno es joven.....