jueves, 1 de julio de 2010

CUBA Y NÉSTOR ALMENDROS

Néstor Almendros era español y era también otras muchas cosas. Hijo de exilios y del mundo entero. Director de fotografía, consiguió un Oscar en 1978 por “Días del cielo”. Manejaba la cámara que miraba a Meryl Streep en “Kramer contra Kramer” y “La decisión de Sophie”; fue los ojos de Truffaut y Rohmer en varias películas. Almendros era hombre de Nueva York, de París, de cine.

Sus padres sufrieron la represión brutal de los maestros republicanos en la posguerra. Lo único que pudieron hacer para sobrevivir fue inventarse unas alas para salir volando, llevándose sus lápices y sus pizarras En 1948, con 14 años, Néstor Almendros abandonó la Barcelona en la que había nacido, aquel paraíso fantasmal, y llegaba a Cuba, que desde entonces fue tan parte suya como se convierten en parte nuestra las personas que amamos. Fue un noviazgo intenso, pero no demasiado largo porque en 1962, por segunda vez en su vida, Néstor Almendros se convirtió en exiliado. Gracias a su hermana María Rosa, que tenía influencias en el régimen castristas, no se pudrió en un campo de regeneración, pero no le dejaron llevarse su cámara con él y tuvo que abandonar la isla con las manos en los bolsillos.

Cuando regresó a la Barcelona de su infancia paseó por sus rincones intentando desvelar sus recuerdos, tratando de que le salieran de ese sitio donde los escondemos y los hacemos dormir. Pero ese regreso no fue fácil. Intentó encontrar a los suyos, a los bohemios, a los intelectuales, a los enamorados del cine y los libros, a los artistas. Y encontró alambres de espino. Almendros no se callaba, insultaba a Castro, hablaba de la represión de su isla. Narraba los atropellos, la opresión, las mordazas, la persecución a los homosexuales como él. En Cuba te decía cómo pensar, qué decir y a quién amar. Los liberales españoles de los 60 miraban a Néstor con la boca abierta y gran escepticismo; ellos creían que lo ocurrido en Cuba equivalía a la revolución que intentaron hacer en España. Por eso consideraron a Almendros como un enemigo. El cineasta proseguía con sus ataques contra Castro, y a pesar de los recelos e insultos que recibía, alegaba que él se remitía a la experiencia directa, la única realmente válida, y los acusaba de revolucionarios de salón.

Terenci Moix, que por entonces contaba con 20 años, vivió mucho tiempo perdidamente enamorado de Almendros sin conseguir de éste más que una profunda amistad, que con el tiempo se convirtió en uno de los grandes pilares de su vida. Contaba Moix en sus memorias que en una fiesta se encontraron con Jaime Gil de Biedma, quien le preguntó al cineasta cómo les podía hablar de dictadura a personas que, como ellos, estaban viviendo bajo el fascismo, a no ser que estuviera de acuerdo con esta política. “No soy de derechas” contestó Almendros. “Huir de la isla no me convierte en un fascista. Nunca he caído en esta trampa. La dictadura dominante en España no me inducirá a aprobar la falta de libertad en Cuba. Coge a todas estas locas y llévatelas a Cuba. ¿Crees que te dejarán montar una bacanal como ésta? Al primer plumazo os meten a todos en un campo de regeneración”.

En menos de un año, Almendros se marchó de Barcelona. Murió en 1992 en Nueva York a causa del sida. El último de sus exilios.

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