jueves, 25 de agosto de 2011

Paradojas (II)

PARADOJAS (II)

Charles Darwin era un gigantón feo y fuerte que quiso ser sacerdote, abandonó sus estudios de medicina cuando vio cómo operaban a un niño sin anestesia, y le gustaban los seres viscosos, diminutos y deformes como las babosas, los gusanos y las larvas. Robert FiztRoy, el aristócrata capitán del Beagle, propuso a este naturalista religioso que le acompañara en su travesía para que pudiese encontrar pruebas refutables de la existencia del Diluvio Universal en las costas de Sudamérica. Tras cinco largos años de viaje, Darwin no sólo no halló ni rastro de Noé, sino que descubrió los cambios evolutivos que no se regían por ningún plan divino. El viaje que comenzó para encontrar a Dios, acabó derrocándolo.

El Ché era asmático. El ejército argentino declaró al joven Ernesto Guevara “completamente inepto para la vida militar”.

De niño, Albert Einstein era conocido por la niñera de su familia como "el bobo". Negándose a estudiar como le exigían, se ganó a pulso unas notas mediocres en la Escuela Politécnica de Zurich. Sólo logró encontrar un aburrido trabajo en la Oficina de Patentes. Y, además, fue por enchufe.

Mientras escribía ‘A sangre fría’, ese gigantesco reportaje sobre el asesinato de la familia Clutter que realmente es una hipnotizante novela, Truman Capote estableció una curiosa relación con uno de los asesinos, Perry Smith. Mientras le entrevistaba en la cárcel, Capote quiso a este asesino, trató de entenderlo, cultivaron entre ambos una amistad reluciente que, por parte del escritor, algo tenía de amor. Capote decía que sentía que ambos se habían criado juntos en la misma casa, pero que él había salido por la puerta principal, mientras que Smith había salido por la trasera. Este mismo escritor no movió un dedo por salvar a los dos desgraciados de la horca; necesitaba un final para su libro y ése era el perfecto. Los últimos capítulos, los de la muerte de los asesinos son, por cierto, lo peor de la novela.

Ronald Reagan fue rechazado para el papel principal en una película de 1964 llamada ‘The Best Man’ porque "no tenía apariencia de presidente".

Salvador Dalí era un genio que podía ver mundos enteros en las manchas de humedad de las paredes y , sin embargo, era totalmente inútil para comprender las cosas más sencillas, como qué valor tenía cada moneda. Dalí, que dibujó los maravillosos relojes blandos, no sabía mirar la hora en un reloj.

Hace 2.500 años, Platón manifestó que un Estado que no educa ni entrena a sus mujeres es como un ser humano que sólo hace ejercicio con un brazo. También decía que las mujeres eran degeneraciones físicas y que sólo los varones tenían alma.

Ninguno de los personajes de ‘Casablanca’ le llega a decir nunca al pianista “Tócala otra vez, Sam”.

Maquiavelo jamás escribió “el fin justifica los medios”.

El monstruo realmente no tenía nombre. Frankenstein era el apellido del joven científico que lo creó.

Joseph Guillotin no inventó la guillotina, sólo propuso su uso en Francia. Guillotin tampoco murió guillotinado, sino por el carbunco de un horno. Un médico de Lyon con sus mismo apellidos sí fue ajusticiado por ese filo, y a partir de ahí creció la leyenda. La ironía más famosa de la historia es mentira.

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