Yo conocí a un hombre que decía que en sus anteriores vidas había sido gárgola. Estaba gordo, no se afeitaba, le encantaba jugar al ordenador, vestir con camisetas oscuras y anchas de grupos heavys y masturbarse compulsivamente con heroínas del Manga.
Contaba que en 1789 fue gárgola en Notre Damme y vio arder un pueblo a sus pies, que quiso aplaudir si no hubiese sido de piedra. Cuando llegó el Terror, la oscuridad al fin le dio la vida y pudo marcharse volando.
En 1917 era gárgola en la catedral de Moscú. El stalinismo despertó sus alas y se fue muy lejos de Rusia.
“La estupidez humana es la noche, es la que nos da vida”. Me contaba, esperanzado, que algún día volvería a convertirse en piedra.
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