Yo conocí un hombre cuyo único deseo era encontrar al llegar a casa una taza de café muy caliente encima de la mesa de la cocina. Su mujer lo hacía maravillosamente; tres nubes de leche, dos cucharaditas de azúcar, el café siempre de mezcla sin moler y tan caliente para cuando él llegara que le hiciera quemarse los labios. Mientras, esta mujer soñaba con un hombre que no necesitara cafeína y se nutriera sólo de amor. Así que cuando lo encontró, se escapó con él entregándole su corazón y su vientre. El marido no la lloró, ni siquiera le dijo adiós con un pañuelo, sino que siguió levantándose a la misma hora y gastando la misma cantidad de gel para ducharse. Pero cuando llegaba a casa, la mesa de la cocina estaba vacía sin rastro alguno de una taza de café caliente. Tres días después de la marcha de su mujer, sacó del cajón de la mesita su navaja en forma de sirena y se asestó en el estómago tantas puñaladas como pudo hasta agotar las fuerzas de su existencia. Porque ¿de qué le sirve a uno la vida cuando no puede realizar su único deseo?
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