miércoles, 24 de febrero de 2010

GATILLAZO

Yo conocí a una mujer que después de un intento fallido de sexo se incorporó en la cama con el hombre que tenía al lado, como los que se acomodan para comer uvas en el campo. Con los cuerpos aún asustados y el amago de sudor frío en la piel, decidieron tácitamente que la única salida honrosa era la nicotina. Hubo que encender la luz y

volver a la conciencia. No se miraron la cara. Él buscó en la mesilla los últimos cigarros de un paquete de fiesta y le depositó un cigarrillo arrugado en el labio. Seguían sin mirarse a la cara. Ella se apoyó suavemente en él y le besó las costillas entre calada y calada. Una excusa para el diálogo, una excusa para el diálogo, rápido, antes de que algo se vaya de esta cama, rápido, para que se quede siempre.

Los ojos de la chica buscaron un salvavidas en aquel cuarto tan yermo. Las paredes blancas y despejadas, los cajones vacíos, las estanterías ausentes, la mesa con un mantel lleno de ceniza y cuatro folios, varios discos tirados, unos vaqueros arrugados en la silla. Y nada más. Él era así.

Pero había un pequeño detalle, casi escondido, que esperaba callado y hermoso encima del radiador.

- ¿Y esa estrella de mar seca?- preguntó ella, sorprendida ante la revelación de aquel objeto bello y decorativo en una habitación casi muerta, en un hombre tan poco detallista.

- Es el único recuerdo que tengo del Norte- comenzó a contar él- Pablo, mi amigo matemático, tenía mucha mano con ellas. Íbamos los dos a la playa en su busca. Yo nunca las cogía, soy muy torpe. Tenías que llevarlas sobre la palma de la mano con mucho cuidado de que no fuesen tirando las patas, que es su forma de reproducirse. Un desesperado intento de salvarse, supongo. Escisión. Reproducción por escisión. Yo no conseguía salvar ninguna, me limitaba a buscarlas. Ésta fue la única que sobrevivió entera en mis manos.

El fin de la historia de la estrella coincidió con el fin de los cigarrillos, los de ambos. Tras esto, ella se acordó de cuando él le dijo que de pequeño pensaba que los niños venían de los besos, y le quiso con fuerza.

Él le pasó la mano fría por la espalda. El cuarto olía a estrellas de mar muertas y a recuerdos que traían amor. Apagaron la luz y esperaron echados en la cama a que el amor viniera y les hiciera a ellos, más que ellos a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario