A veces, cuando cambiamos de casa, tenemos la sensación de que hemos ido dejando un rastro de objetos incomprensibles por la calle. Tal vez las cajas estuvieran agujereadas, o el papel de embalar mal puesto, y nuestras pertenencias se fueran escapando, escabullendo sin que nos diéramos cuenta. De otra forma no se entiende que perdamos todo lo que perdemos en las mudanzas.
Generalmente suelen ser las mismas cosas: fotografías, discos, libros, cartas y pequeños recuerdos llenos de valor simbólico, como el primer billete que nos dio nuestro abuelo o la entrada a un concierto de verano. En un principio no somos conscientes de su desaparición. Ocurre luego, con el tiempo, cuando los echamos en falta y, haciendo memoria, recordamos que la última vez que los vimos estaban en la casa que abandonamos, por lo que debieron haberse traspapelado en el camino. Pero dónde fueron, cómo lograron saltar de la caja o desaparecer en el tiempo.
Tal vez haya algún depredador escondido en las esquinas de las calles, esperando con paciencia que se produzca una mudanza, que haya un despiste y así, sin que los dueños se enterasen, poder saltar sobre una caja abierta, sobre un libro que se ha caído del camión de los muebles, sobre una fotografía que se ha quedado abandonada en la escalera mientras intentábamos bajar con cuidado el sofá o la cómoda. Puede que estos depredadores sean como urracas, y que en sus guaridas vayan almacenando todos estos objetos como si se tratara de una exposición clandestina. Si no es así, si alguien no está pendiente para hacer estos pequeños hurtos, no se puede entender cómo jamás llegamos a encontrar todas estas cosas por mucho que volvamos sobre nuestros pasos, ni las hayamos dejado en la casa vacía, ni nos las hayan cogido los amigos que nos ayudaron a mudarnos. Apetece contratar a un detective, aunque no sea para hallar lo extraviado, sino para que nos esclarezca el enigma.
Cuando nos preguntan por alguno de estos libros o discos o fotografías, decimos con cierta tristeza que los hemos perdido en la mudanza. O mejor dicho, con una tristeza especial. Porque hay una suerte de melancolía extraña en estas cosas perdidas que nos fueron arrebatadas sin previo aviso y sin consentimiento, y que guardan intactas todo el misterio de su desaparición. Siempre nos duelen estos robos que nos ha hecho nadie.
Pero hay otras muchas cosas que perdemos en la mudanza, que no metimos en ninguna caja, sino que dejamos allí, a pesar de que no pudiéramos verlas. En aquellas habitaciones quedaron guardados al vacío los recuerdos, los años que allí dormimos, y cocinamos y amamos, las personas que nos visitaron, que nacieron, que arrastraron su bastón por los pasillos. Las personas y los años que ya nunca volverán a la casa nueva donde vivamos. Aunque también podemos preguntarnos adónde fue todo esto, qué ladrón se lleva para no devolvernos el tiempo vivido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario