viernes, 26 de febrero de 2010

AVATAR (QUE ESTA PALABRA VENDE MUCHO)


Lo mejor de la libertad es disfrutarla, como el que repite platos sin césar y se pasea triunfante entre las mesas de un buffet libre. Podemos coger el mando de la televisión y ver un circo esperpéntico que te promete frivolidad sin ambages, un reportaje sobre los misterios del Serengueti, el truco de un mago o las medias de seda de Marlene Dietrich. Podemos ver y crear hasta empacharnos, bucear en cualquier sitio y tener el sumo cuidado de no detenernos demasiado tiempo ante nada, porque entonces es la obsesión lo que realmente crea la dictadura.

Cuando algo se vuelve masivo, ofuscador y global, es entonces el momento de poner la lupa. Cómo no hacerlo, por lo tanto, en la película que se ha convertido en la más taquillera de la historia en un momento en el que las salas de cine se van poniendo lentamente crespones negros de defunción. “Avatar” ha resucitado las salas. Un pasito más, llamar de nuevo a la gente a las butacas, el 3D como reclamo para que las películas dejen de verse en casa. Hasta ahí perfecto; el cine ha tenido que escoger entre renovarse o morir, y ha elegido lo primero. El problema empieza con la película en sí.

Esta obra “faraónica” de James Cameron es infantil, maniquea, mal narrada, americanoide hasta el extremo (aunque nos vendan precisamente a los estadounidenses como los malos, pero ésa es sólo una de sus trampas), mediocremente efectista, repleta de todos los clichés posibles y mística hasta la náusea. Pero esto son única y exclusivamente criterios cinematográficos. Lo verdaderamente preocupante es el supuesto “hermoso mensaje” que pretende transmitirle al mundo, y al que millones de personas se han rendido pensando que es la panacea, el maná o el Santo Grial. Muchos han visto en “Avatar” una película pacifista, ecologista y antimilitarista. Pero lo cierto es que se premia la violencia, hace al espectador brincar en la butaca con las escenas bélicas, se justifica el ataque cruel y devastador, y la palabra clave es precisamente ésa: justificación. ¿Cómo puede ser pacificadora una película en la que, con una felicidad casi pueril, se vuelan aviones, se mutila, se convierte al enemigo en hormigas o fichas de ajedrez cuyo sacrificio es necesario e inocuo?

Intenta Cameron que empaticemos con un pueblo del que apenas sabemos nada (porque el grueso de la cultura de los Na’vi es casi un fenómeno exclusivo de los internautas), no hay un desarrollo real de sus costumbres, te meten de lleno en un maremagno de colores en el que te obligan a pensar que estos seres azules son maravillosos, buenos cazadores y conectados a la tierra. Ecologista y anti-invasora, sí, o sí a medias. Se transmite esta filosofía de una forma tan absolutamente infantil y simplista, que parece que están escribiendo una idología para niños. Por supuesto, los invadidos son buenos buenísimos, y los invasores malos malísimos. No hay ni una sombra de duda a este respecto. A los americanos sólo les falta encenderse un puro con un billete de un dólar para que veamos cómo los domina y ciega el vil capital. Por no hablar de ese absurdo y esperpéntico sosia de Robert Duvall en “Apocalypse Now” (por cierto, ésa sí que era una inmensa película sobre el horror de la guerra), hipermusculado y botarate, perverso de nacimiento, sediento de sangre, que se toma una taza de café mientras ve cómo arrasan el pueblo y dice por esa boca todos los clichés habidos y por haber del más burdo cine de acción. Por no hablar del héroe, el superhéroe americano que no es otro que un marine-guerrero que logra hacerse con el respeto de los Na’vi (tan inteligentes ellos, tan sumisos y místicos que necesitan un mesías que venga a guiarlos) domando un beligerante animal volador; a partir de esta grandilocuente hazaña caen de rodillas ante él como si fuera un tótem.

En fin, Cameron nos regala un absurdo y peligroso mundo maniqueo dividido en blanco y en negro sin sitio alguno para los grises, y nos viene a decir que únicamente hay buenos y malos; que no importa lo que hagas, siempre que sepas posicionarte en el bando adecuado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario